Taller Sonoro | Crítica

Partículas musicales en ebullición

Taller Sonoro dirigido por Norio Sato en el Espacio Turina

Taller Sonoro dirigido por Norio Sato en el Espacio Turina / P.J.V.

Decir de José Manuel López López que es el gran espectralista español ya no es decir demasiado. Hace tiempo que el madrileño superó cualquier etiqueta y ha conseguido una personalidad artística definida, que está incluso por encima de los cambios de estilo que su obra ha ido inevitablemente experimentando con el tiempo. En este monográfico que le dedicó Taller Sonoro, que para la ocasión contó con el guitarrista japonés Norio Sato como director, se escucharon cuatro obras escritas entre 2005 y 2022 en las que hay algunas preocupaciones comunes. Por ejemplo, en el trabajo textural, que por momentos nos retrotrae a las micopolifonías de Ligeti, o en el lugar de privilegio que se concede al timbre. Textura y timbre se imbrican con armonía y ritmo para crear obras de enorme impacto sensual en las que tampoco falta, aun elusiva, la melodía y en las que la partícula sonora aparece a veces como puntos luminosos o de manera granulada o como líneas emergentes, en un juego de contrastes en el que forma y fondo intercambian continuamente sus papeles y en el que las polifonías alcanzan un altísimo nivel de complejidad. El éxito de esta música es que aun así lo que cautiva no es su estructura interna, intelectual diríamos, sino la pura experiencia sensorial que procura al oyente.

López López recurre también a técnicas extendidas (sobre todo en el piano) y en dos de las obras presentadas a la electrónica, lo que adquiere especial relieve en El arte de la siesta, en la que sonidos de la escena son devueltos a la sala por unos altavoces tras pasar por un proceso  informático. La pieza se ha convertido ya en un auténtico clásico. El acordeón solista, usado como una gran máquina de viento, pero también como aparato percutivo y como si fuera un verdadero aguijón capaz de penetrar la reverberante masa sonora que lo rodea, estuvo en manos de Ander Tellería, un prodigio. Magnífico el control de las dinámicas que planteó Sato en una obra que está llena de contrastes de este tipo.

La casa de las cigüeñas incorpora más modestamente la electrónica mediante una grabación de sonidos de la naturaleza al principio y al final, cuando hay también una proyección de vídeo. Música en la que parece circular el aire, que se llena del crotorar de las cigüeñas, en la que el tiempo adquiere una especial flexibilidad y las texturas se densifican. Materia oscura empieza siendo casi una pieza puntillista, pero se va metamorfoseando en otra cosa, abriéndose a un universo sonoro en el que los registros se llevan a los extremos (esos graves del clarinete bajo o del contrabajo contrastados –y superpuestos– con los agudos de violines y piano) y en el que las texturas no cesan de transformarse. La obra más reciente fue El árbol de Takako, una pieza nacida bajo el influjo de la cultura japonesa, de la que parece tomar esa concepción dilatada del tiempo y la exquisitez textural y tímbrica: en polifonías de extrema complejidad, admiró la transparencia que López López es capaz de lograr. En ello también conviene destacar el mérito de los solistas de un Taller Sonoro ampliado para la ocasión.

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