Todos los que hemos perdido a nuestra madre cargamos con una pena. Querríamos liberarnos de ella; pero a la vez deseamos que nunca nos falte porque ligamos ese sentimiento a su recuerdo. El recuerdo de nuestras madres es nuestra mayor alegría y su mayor orgullo. Cuando una madre se va se desata la necesidad de buscar refugio en personas que te ofrecen desinteresadamente todas las suertes de cuidados. Yo tuve la inmensa fortuna, el enorme orgullo de tener a otra madre, María del Pópulo Antolín Espino (Almendralejo, 1935-Sevilla-2023). Ella me ofreció su cariño, me cobijó bajo sus alas, me cubrió de amor y supo recoger de mí el respeto, los detalles y las carantoñas que ya no podía darle a la mía. Todas las madres desempeñan su habilidad innata de cuidar de su prole, sean sus hijos o no. Invito a reflexionar sobre si esa pena puede convertirse en alegría para llevarlas siempre en el corazón.

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